La Big Apple
Para graduarme en la Universidad había un requisito: hacer una práctica laboral. Yo estaba en California y tenía dos primos hermanos en Manhattan. Les pedí ayuda para conseguir hacer esta practica laboral allá. Después de empujar bastante tuve la suerte de conseguir la pasantía, y casi sin darme cuenta terminé en NY trabajando. Ni soñando me hubiese imaginado esa posibilidad. Todavía me acuerdo llegando a mi primer dia de trabajo, en el que me encontré con mi primo en la calle Wall St. propiamente dicha y me dijo «lo lograste!». Abrazo inolvidable y a vivir la experiencia de trabajar en New York City. Llegué temprano, piso 54 de traje, con mi mejor corbata y como para volver a la realidad bien rápido me recibió el que sería mi jefe y me mandó al «filing room» a ordenar archivos, asi que chau corbata y de rodillas a ordenar carpetas. Al día siguiente falto la recepcionista y obviamente me tocó a mi, poco glamour neoyorquino hasta ahí, pero por suerte mantuve la sonrisa y las labores fueron mejorando hasta ser más afines con lo que yo quería y me habían prometido, que eran en el Área de Capacitación. Al poco tiempo me confirmaron que podía quedarme permanente, con el detalle de que el sueldo solo alcanzaba para alquilar un cuarto en el departamento de otra persona y como a esto llegaba medio justo terminé en un sótano sin ventanas en East Village. Al tiempo no solo las tareas sino que la remuneración también se acomodó un poco y pude ir a un lugar mejor. Toda esta experiencia laboral duró más de cinco años con el sueño del traslado a Argentina incluido. Siempre que recuerdo esas barreras del principio me sacan una sonrisa y pienso que cuando hay ganas de progresar no hay pan duro, ¡y ni hablar de todo lo que puede llegar a pasar después!